14 de septiembre de 2013

La camiseta blanca.

El timbre sonó fuerte, una vez, otra vez. Carreras y gritos de júbilo. Cuatro niños al sprint para ver quien llegaba el primero. Al abrirse la puerta, un padre, mi padre, y en su mano, una camiseta blanca de manga larga.

Ese recuerdo me acompaña desde que tenía cinco años. Me sitúo en 1981, en la España que asimilaba una Transición. Mis padres, se habían conocido en el norte, en Cataluña. Ambos nacieron en el sur, en Andalucía. Él, de un pueblo sevillano, ella, de uno almeriense. Emigraron para buscarse la vida honradamente, como muchos otros y otras por aquel entonces. Formaron una familia, mi familia, y hasta la fecha aquí seguimos, orgullosos de nuestras raíces y de nuestros pasos dados.

Vuelvo al principio, a la camiseta blanca. Recuerdo el tacto del algodón, antes no se presentaba el producto en el moderno blíster de ahora. No había etiquetas, ni recomendación alguna sobre su lavado. Recuerdo los puños en las mangas, así se llevaban, recuerdo el escudo bordado de un club, y atrás un número planchado en negro. El dorsal era el 7, y pertenecía a Juan Gómez González, conocido como Juanito. El genio de Fuengirola, hacía años que había fichado por el Real Madrid, previo paso efímero por el Atlético y el Burgos. Antes, jugó también en equipos de categorías inferiores de su tierra natal. Yo no sabía nada de esto, como lo iba a saber si tenía cinco años. 

Mi padre entró por fin en casa, cansado, después de su larga jornada laboral. Las carreteras españolas de los 80, no tenían nada que ver con las de hoy en día. Lo se de primera mano, ya que hice varios viajes con él, en la cabina del camión Dodge, recorriendo las maravillosas costas catalanas. Mi memoria a veces me brinda momentos increíbles, me vienen a la mente imágenes de aquella época tan perceptibles, que parecen que sucedieran ayer. Recuerdo el volante de aquel gigantesco camión de 18 ruedas, la cortina de mi litera, el logo de la marca en su frontal, el chirriar de aquellos frenos que sufrían por la tara de aquella mole. Recuerdo claramente el olor a mar en Tarragona, y bañarme en calzoncillos en las concurridas playas de Palamós, Gerona. Detalles, que para un niño lo son todo. Lo que mi cabeza ha obviado, es lo sucedido en España aquel año, en el que hubo un intento de golpe de Estado. Quizás mis padres no dejaran que la información llegara a nosotros, nunca he hablado con ellos ni con mis hermanos de esos días de incertidumbre general, incluso de adultos, ya en la actualidad. Imágenes, historia de un país. 

Desde ese día, en el que aquella camiseta blanca llegó a casa, soy fiel seguidor de un escudo. Sin fanatismo, con respeto. Me gusta el fútbol, me encanta, pero a su justa medida, le inyecto la dosis suficiente para que me siga atrayendo. El Madrid, ha tenido épocas gloriosas antes y después de aquel año, y otras que no tanto. Juanito destacaba en aquel equipo, para bien, y para mal. Marcado siempre por su caracter, su fuerza, compartía talento con el ágil Santillana, con el aguerrido Stielike, con Camacho, con Gordillo, y con un largo etcétera. Si, Juanito marcó época en un estadio, el Santiago Bernabéu, que todavía lo recuerda jaleando su nombre todos los minutos 7 de cada partido, sea de liga, copa, amistoso, o de competición europea.

Después de unos años, y quizás por alguna razón relacionada con aquella camiseta, viajamos al sur, para quedarnos a vivir en Fuengirola, en la costa del sol. Aquí nació Juanito, el mito. Aquí yace Juanito, la leyenda. Yo lo hice en Cataluña, así que tengo asumido que siempre seré un 'catalino', y además, 'merengue', pero que gran sensación haber nacido en esa tierra tan maravillosa, actualmente convulsionada por los que sienten y por los que padecen. Yo me encuentro en un término medio, estoy lejos, y han pasado muchos años, pero mi perspectiva es la misma siempre, y es que pienso que nadie es dueño de la tierra que hay bajo nuestros pies. Creo que no tenemos el derecho de reclamar algo que no nos pertenece, herencia de otros que ya la han pisado y disfrutado. En cambio, sí es nuestro deber cuidarla, fortalecerla, para que las generaciones venideras, la encuentren en las mejores condiciones posibles, porque al fin y al cabo, somos pasajeros en un viaje que tarde o temprano, llegará a su fin, como el que emprendió Juanito un día, y como en el que nos encontramos ahora tú, y yo... 

Me despido con el grito de las gradas del Bernabéu: “¡... illa, illa, illa, Juanito maravilla...!”.







Un saludo desde el fondo del mar.
Diego Pino.

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