21 de febrero de 2015

El Señor del Aire.

Yo pensaba que Michael Jordan era blanco. Si, creía que era blanco y rubio. Quizás estaba confundido con Larry Bird.

A mediados de los ochenta, y después del magnífico resultado logrado por España en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, donde consiguió una increíble medalla de plata, me aficioné al baloncesto. Aquel equipo nacional estaba formado por gente extraordinaria, sin duda, jugadores que le dieron la oportunidad a nuestro país a codearse con la élite de este deporte, e incluso se nos otorgó la organización de un mundial. El gran Fernando Martín llegó a la NBA en aquella época, siendo todo un pionero. Otros nombres de nuestra querida patria, sonaron para acompañarlo en la liga profesional estadounidense, pero por aquel entonces no era nada fácil llegar, las fronteras baloncestísticas estaban muy cerradas al respecto. Eran tiempos marcados por la abismal diferencia entre lo parido en los States, al resto del mundo, en cuanto a basketball se refería, claro. La información nos llegaba a cuentagotas, pero uno se buscaba la vida para contemplar las peripecias de aquellos héroes con camisetas de aro que desafiaban las leyes de la gravedad. No era época todavía de YouTube, y  para ver lo que se cocía entonces, recurríamos a Ramón Trecet  a las tantas de la noche, y 'Cerca de las Estrellas'. Recuerdo la revista 'Gigantes del Basket', la devoraba de arriba abajo viendo fotos y fotos, y como la ACB pasaba por momentos más populares que en la actualidad, donde la bautizada Liga Endesa, pega coletazos sin saber muy bien donde llegar. Entonces el baloncesto enganchaba, impresionaba, era un escaparate inmenso y espectacular.

Michael Jordan irrumpió en mi vida a base de imágenes inolvidables. Concursos de mates, canastas imposibles, secuencias a cámara lenta irrepetibles. El más famoso portador del número 23 de cualquier casaca que se precie, tenía una extrema facilidad para convertir en oro todo lo que tocaba. Drafteado en el número 3, llegó de la Universidad de Carolina del Norte para comerse el mundo, y ser la bandera de la NBA las dos décadas más inolvidables para todo amante de este deporte. Air Jordan, lanzó a la archiconocida Nike al estrellato, y todavía es hoy, un legado importante de la marca, aun después de muchos años retirado. Consiguió con Chicago Bulls, su equipo, varios anillos de la liga, aunque le costó trabajo, pero ha dejado en esa ciudad de Illinois una huella que nadie podrá borrar. Sus participaciones en aquellos All Stars son ya clásicos de coleccionista. Junto a mitos de este deporte, como Magic Johnson, Isiah Thomas, Kareem Abdul Jabbar, John Stockton, David Robinson, Hakeem Olajuwon, Pat Ewing, Karl Malone, Charles Barkley, y el rubio Larry Bird al que al principio hacía referencia. Eran partidos únicos, se juntaban un grupo de jugadores que jamás se volverán a repetir, éramos capaces de pasarnos la noche en vela, admirándolos. Y todavía lo hacemos hoy, hay cosas que no se olvidan.



Michael Jordan es el mejor jugador de baloncesto de toda la historia, una figura que no se repetirá. Único. No creo que sea irresponsable decir que es el mejor deportista de todos los tiempos. Para mi está claro, entre todos los sobrenombres y apodos conocidos me quedo con uno: EL SEÑOR DEL AIRE.




Un saludo desde el fondo del mar.
Diego Pino.





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